Hace un par de días le advertí a un amigo con el que hablaba por teléfono: cuidado con lo que cuentas porque, mientras tu hablas, yo escribo lo que tu me dices.
Él es como un saco sin fondo de sabiduría, encubierta por su imparable ir y venir de clases en la Facultad, de revisión de trabajos de sus alumnos, de viajes de acá para allá, y de las mil actividades que realiza en otras organizaciones en las que trabaja.
Él es como un saco sin fondo de sabiduría, encubierta por su imparable ir y venir de clases en la Facultad, de revisión de trabajos de sus alumnos, de viajes de acá para allá, y de las mil actividades que realiza en otras organizaciones en las que trabaja.
Él habla rápido, como si la vida le fuera en ello. Tal vez porque quiere gastar pronto las palabras para pasar rápidamente a la acción.
Cuando escucho sus charlas, al igual que cuando mantenemos conversaciones personales, mi mano vuela sobre el papel, anotando mil y una de las cosas que dice, atropelladamente.
Y verdaderamente me atrapa, no porque diga algo nuevo o que no haya escuchado antes; lo que hace que se disparen mis alertas es que encaja la teoría - siempre como de pasada - mientras aborda las dificultades, intenta resolver conflictos, o prepara un nuevo quehacer.
Tiene ese punto de “profesor despistado” que a muchos nos hace sonreír, pero que camina totalmente centrado en un objetivo concreto. Cree en lo que hace, sabe a donde quiere llegar y, directamente, camina, sin muchas más complicaciones.
Mientras tanto, él continúa dándonos pistas, casi sin querer, cuando se sienta frente a nosotros y nos habla de Newton, o de la psicología del aprendizaje, o qué se yo. Él solo quiere acabar pronto, para que empecemos a trabajar en serio, para que aquello que nos ha contado de otros lo integremos en nosotros, lo evidenciemos. Y allá que nos vamos, al campo, para observar la textura de una hoja de castaño, o el color de una violeta, o la caricia del viento en la piel, o la frescura del agua en nuestros pies.
Mi profesor despistado cree a pies juntillas que todo está relacionado: Que si tiramos un papel al suelo, se ensucia la Plaza Roja de Moscú; si cortamos una flor, dejamos sin flor el gran jardín de la tierra; si no aprendemos a entendernos con el que tenemos al lado, es una estupidez trabajar para poner fin a los conflictos sociales.
Y, más allá de Lovelock y Arne Naess, él nos dice:“Cuando la conciencia penetra profundamente en sí misma, más allá de nuestro yo separativo, más nos sentimos conectados y comprometidos con la comunidad de la vida”.
Mi profesor despistado me decía el otro día, en medio de un contexto de organización de trabajo, entre indecisiones y prisas, “cuando trabajamos hacia el exterior, la energía se nos escapa; es necesario trabajar también hacia dentro, porque entonces la energía se multiplica. Si trabajamos solo hacia el exterior nos quedamos sin energía y, entonces, nos aborda el cansancio y la desilusión.”
Ambos, mi profesor despistado y mi amiga querida, me han traído otra vez hasta aquí. Es curioso que en pocas horas haya escuchado o leído cosas tan similares de personas tan cercanas.
Como decía al principio, no es nada nuevo, no es nada que no sepamos la mayoría de nosotros. Aprender la teoría es fácil, pero poner en marcha todo lo aprendido pasa, inexorablemente, por masticarla dentro de una misma, digerirla y asimilarla.
Y eso solo se puede hacer, como dicen mis dos protagonistas de este post, mirando hacia adentro, descubriendo lo más profundo y mejor de nosotros mismos, que siempre es, también, lo mejor y más profundo que guardan los demás y que nos conecta con ellos y con la Vida entera.
Solo así podré entender cómo, mientras limpio la basura de mi puerta, estoy limpiando de basura el mundo.
Y, solo así, es posible continuar caminando, con ilusión y con energías renovadas.
¡Vale! de nuevo tomo nota. A seguir intentándolo....





A veces te veo con una gran nariz, como Pinocho, otras apenas visible como Heidi. En cualquier caso precioso y necesario par de narices, para estar en un mundo que quieres cambiar.Narizotas de Pinocho por aquellas mentirijillas que dices por hacer mas amable la respuesta de NO.
ResponderEliminarNaricilla de inocencia, que sin entender del todo al maestro, le muestra su admiración y amistad mas compasiva.Te quiero
No sé quien eres, pero te intuyo.
ResponderEliminarNo es difícil entender al "maestro", tan solo hay que estar atento, estudiar los apuntes y hacer los deberes en casa.
En cualquier caso, sus mejores lecciones teóricas, como digo en el blog, son las que va metiendo con calzador mientra habla de organizar un taller, o preparar un congreso. Las prácticas, son evidentes para todos los que lo conocemos, e intuyo que tú debes de ser uno de ellos.
Yo quiero apuntarme a las clases de ese profesor porque si el resultado es tener alumnas como tu debe de ser el mejor.
ResponderEliminarHaber trabajado contigo tantos años me han hecho ser mejor persona y mas feliz.
un beso grande de tu compañero de estadísticas y demas fatigas
JuanRa
Me gustan estos cursos y profesores a distancia!!! Hoy, Elena, tus palabras me sugieren que la ley "MENOS ES MÁS" sigue siendo válida. Por mi parte, y siguiendo las pistas de nuestro querido profesor, continuaré haciendo obras en mi interior, para que así se realicen en el mundo: a esto sí que me comprometo.
ResponderEliminarAsi que ahora has vuelto a la escuela otra vez.Dime cual es que yo tambien quiero ir contigo a clase, si tu profesor admite vejestorios como yo, aunque tengo la impresión de que no le importará, visto lo visto y leido lo leido.
ResponderEliminarTe llamo un dia de estos (eso se dice siempre, no se hace nunca, pero se desea de verdad)
José María.